martes, 1 de diciembre de 2009

¿Todo es un asco?



Es difícil caminar por la calle en estos tiempos, convulsionados y posmodernos. La realidad se presenta unívoca, terrible y abrumadora. Todo parece ser un asco. La realidad parece un asco. ¿La realidad? ¿Cuál es la realidad?
Ahí está el problema. Porque hay varios modos de ver, de percibir la realidad. Puedo ver mi realidad cotidiana, con esa infinidad de ritos que se entrelazan en la rutina, haciendo de cada día algo nuevo, y algo repetido a la vez. Puedo ver la realidad desde el punto de vista de los medios. De ese modo veré siempre cosas nuevas. Y antiguas a la vez. Pero en el fondo repiten siempre el mismo diario. El diario del ayer.
Pero hay poco nuevo para ver. Hay poco por ver.
La literatura, compendio de la experiencia humana, muestra que la vida del hombre es una repetición. De todo.
De fines y de medios. De ilusiones y de crímenes. De codicias. De lujurias. De la mediocridad circular, del eterno retorno de la tontera. Del oficinista y del pintor. De crímenes y corrupciones. De gente con plata. De gente sin plata. De idas y vueltas. De guerras y de viajes. De amor y de muerte. De padres y de hijos. De llanuras y montañas. Un partido de ajedrez que pese a sus cambios es siempre el mismo. Frente a tanta cosa nueva y antigua a la vez, me sucedió algo nuevo: ayer me crucé con un tigre. Si, un tigre. Majestuoso y triste. Imponente. No se por qué no tuve miedo. Tal vez sí lo tuve. Pero igual me acerqué, hasta el punto de tenerlo al alcance de mi mano.
Era más grande de lo que había imaginado. Y más amarillo. Recordé la fascinación de Borges por los tigres, y por un instante lo comprendí. Pero era más imponente en la realidad. Temí que de tanto mirarlo se enojara. No conviene hacer enojar a un tigre. Pero no podía dejar de mirarlo, porque lo confieso, no he visto muchos tigres. A lo sumo, de lejos, en el zoológico. Pero claro, no es lo mismo.
Por un instante sucumbí al encanto del felino. ¿Cómo evitarlo? Sus ojos, esos ojos, profundos y escondidos, adivinaban tristezas. Pensé en consolarlo, pero… ¿cómo se consuela un tigre? No es posible. El tigre es tigre, está en su naturaleza. Cuando sus grandes ojos se fijaron en mí, abandonando ese tono casi indolente, temblé. No se puede domesticar un tigre. Dejaría de ser tigre. ¿Cómo explicarle cosas al tigre? La vida me podría ir en la misión. ¿Y no es la vida para eso, precisamente para eso? ¿Para perderla en una causa grande?
Entretanto el tigre me miraba. Me hechizaba con su mirada cansina. Adiviné casi una sonrisa en sus fauces. Pero podría ser también el preludio de la dentellada.
Se estiró, casi bostezando. Ahí advertí que el tigre y yo deberíamos seguir nuestros respectivos caminos.
Lástima.
¿Todo es un asco? No, claro que no. El tigre muestra que no.

viernes, 26 de junio de 2009

En una esquina nos esperaba el dolor


Vivimos huyendo del dolor, pero el dolor viejo experto nos encuentra. De vez en cuando nos encuentra. Escribir sobre el dolor cuesta tanto como levantarnos en invierno. Porque sabemos que existen riesgos. “Los brillantes discursos para decir cosas frívolas acerca de la humanidad son estériles, como el nebuloso viento de otoño que gime entre las hojas secas” advertía Fausto, y es importante tener en cuenta su advertencia.
Pero intentemos abordar al dolor. Acerquémonos a él. Ya llegamos.
Y la noche se abate sobre el alma, y una daga helada nos atraviesa el costado, arrastrándonos al vacío. Porque el dolor tiene dos momentos: el golpe, el tajo, el hecho en sí, y después el vacío. La sensación de que algo falta, el flotar en el espacio, sin movimiento ni esperanza.
Eso es la noche. Y la soledad nos muestra que somos nada, y que a la nada volvemos. ¿De qué valen nuestras pequeñas delicias? Las risas, las bromas, los ingenios y los libros carecen de fuerza entonces.
Podemos intentar olvidar el dolor. Es cierto. Podemos. De hecho lo intentamos todo el tiempo. Pero el dolor penetra y penetra en nuestra carne. Es como una infección que amenaza tomar el cuerpo. Y entonces decidimos enfrentarlo. Pero el dolor reacciona, y lastima. Y lastima. Pronto nos quedamos sin aliento.
El dolor aprovecha y hace su trabajo. Primero se instala como una enorme piedra en el pecho, que nos impide respirar. Y presiona, y presiona haciendo vacío en el estómago, sube hasta la cabeza, y presiona. Los ojos, ya resecos, intentan permanecer abiertos. El sueño se vuelve una quimera. Si al menos pudiéramos dormir…
Quizás el modo sea el mantener la mente serena y en blanco. No pensar en nada, y de nada acordarnos. Pero el dolor no nos permite eso, y amengua un poco para hacernos reaccionar. Cuando prestamos atención, solo un segundo, para ver si hemos progresado, la bestia se vuelve contra nosotros. Aúlla y muerde. Pero sobre todo duele. Dios como duele. Como cuesta respirar.
Mientras tanto intentamos recuperar los viejos ritos. Salimos a la calle imitando a los demás. Sonriendo cuando sonríen y preocupándonos cuando se preocupan. Buscamos aquellos ritos. Aquellos que nos hacen ser, pobre mortales al fin, quienes somos. Podemos incluso, mantener una conversación, mientras la mente viaja en los límites de la idea. Pero el dolor agazapado, espera el momento para mostrarse. Para herir una vez más. Para mostrar su poder. Para recordar que siempre va a estar.
Y nosotros sonreímos. Pese a todo sonreímos porque recordamos que el otro viejo rival, el amigo de la muerte, el tiempo, podrá combatir el dolor. Porque solo el tiempo puede contra él.
Se suma entonces la sed, la certeza de lo que no está, la raíz de la ausencia. Pero el dolor, cuando es así de intenso, así de real, termina por vencer. No queda mas que lidiar con el.
Porque siempre sé que mañana “al despertar me saciaré de tu rostro”.

lunes, 8 de junio de 2009

Beethoven y los políticos





Bueno, hoy si. Hoy escribo la gran nota. De actualidad. Una mirada clásica sobre los problemas actuales. Un punto de partida para entender los problemas… ¡Alto! Me estoy deslizando hacia los lugares comunes.
Mejor pongo algo de música, para inspirarme ¿vio? Beethoven.
Me siento otra vez. Tranquilo… a ver… ¿le pego al gobierno o a la oposición? Puede ser al gobierno… pero mas divertido es a la oposición… podría comentar la puteada de De Angeli al presidente de facto… pero no se bien a favor de quien escribir.
La majestuosidad de la novena sinfonía acompaña este mediodía nublado y húmedo. La tensión de la primera parte del cuarto movimiento se hace insoportable hasta que se derrumba entre truenos que preceden al canto grave y profundo que introducirá al canto final.
Volvamos mejor a la cuestión, después de todo ahora son un periodista.
¿Por dónde íbamos? ¡Ah si! Por la vida política. Parece que no se llevan bien, porque hay algunos que conspiran contra los derechos de los otros. Que a su vez defienden derechos, que no son propios (aunque coinciden con los propios) sino que son de la gente. Pero aquellos, (¡los primeros, señora!) dicen que son los verdaderos defensores de la gente, aunque los derechos que defienden también se parecen mucho a los intereses propios.
Los políticos tienen algo de eterno en sí, algo parecido a un retorno circular.
Me pregunto cómo será ver todos los impulsos humanos, las alegrías y e ilusiones bajo la luz de lo eterno de esta idea musical. Si el alma echara a volar y trascendiera el humo de la ciudad todo lo mundano parecería insustancial. ¿Qué haría el alma sino ir y venir en una búsqueda desenfrenada de la propia esencia?
De pronto la orquesta recobra su protagonismo con una pequeña y juguetona marcha, que sin embargo da origen a un canto que no llega a ser danzarín. Más bien se torna en una marcha de dominación, sobre la cuál giran los vientos que arrastrarán al alma. Creo que son las pasiones. Giran y giran. Me marean y me enloquecen. Subo y bajo pero no puedo decir que no esté en un contexto de una belleza que traspasa el corazón. La marcha triunfal no consigue tranquilizarme. Es humana y celestial a la vez y hace contrapunto con la idea. A un canto en forma de letanía, pausada y lenta, que reflexiona sobre la grandeza de la idea, se sigue en pequeño desfallecimiento. Mientras planeo medito. Medito hasta que se produce la explosión en medio de ideas que se ven despedidas hacia todas partes.
Tras una recapitulación contrapuntística se produce la explosión final, tras la cual aterrizo de un modo violento en mi silla de trabajo. Con un pequeño sobresalto me levanto y miro alrededor. Todo sigue igual aunque ahora amenaza seriamente llover.
Termino agotado. Exhausto. Pero tengo que volver a la nota. Como si nada hubiera pasado. Claro. ¿Dónde estábamos? ¡Ah si! De Angeli le dijo pelotudo a Kirschner.

viernes, 5 de junio de 2009

La página en blanco




Bueno acá estamos. Con el mate a mi costado y la cabeza fresca me dispongo a empezar. ¿De que hablamos?
Podría hablar de que se murió Kung Fu. Si, el actor de Kill Bill. David… ¿Carradine? Si. Podría escribir sobre eso… ¿Pero? Y… que no creo que a nadie le importe.
Hablar de política mejor no. Con esto de las candidaturas testimoniales no es serio. Es tan fácil pegarle al gobierno que se lo dejo a otro. Podría ponerme serio y escribir sobre el mundo de la arbitrariedad, y el dominio de la fuerza. Pero no deja de ser aburrido. Mejor escribo sobre otra cosa.
¿Sobre qué? Maldita página en blanco que se interpone una y otra vez.
A ver, caminemos un poco. La mañana se despereza sobre mi ventana pero no me larga ni una idea.
Maldita…
Me siento ante la página en blanco y maldigo al idiota que habló por primera vez del síndrome de la… ¿cómo lo pongo, si ya usé la frase? Bueno, del síndrome de la página en blanco. El hecho de que nada salga, habla de mi alma. No de mi técnica. ¿Eh? ¿De qué hablo?
¿Qué tiene que ver la literatura con la vida? No sé. A esta altura no sé. A lo sumo es un modo de gambetear la realidad. Marcela Serrano decía que la literatura sirve para burlar la realidad. Es cierto. En este caso sirve para eludir a la malvada página en blanco.
Escribir es un intento de pensar con precisión decía Bioy Casares. ¿Cómo era la cita? Maldita página en blanco que no me permite recordar…
“Escribir es agregar un cuarto a la casa de la vida. Está la vida y está pensar sobre la vida, que es otra manera de recorrerla intensamente. Escribir es un intento de pensar con precisión”.
Escribir es eludir la realidad. Pensar con precisión. Escribir es eludir la maldita página en blanco.
¿Y si escribo sobre la página en blanco? El tema es buenísimo. Tiene actualidad (hoy en plena crisis recesiva todos quieren escribir, y se encuentran con el problema), ayuda a la autoestima, y hasta nos puede hacer ganar alguno que otro peso. Bien por el tema: La página en blanco.
¿Y qué decir sobre este flagelo de la literatura? ¿Sobre esta infección del alma, que nos impide expresar nuestras ideas? Si no fuera por ella podríamos plasmar la inmensidad del alma en el acotado límite de la maldita, mil veces maldita, página en blanco. Podríamos describir la rosa (Stat rosa nomina pristina) de modo original, podríamos mostrar el mundo a través de nuestra aldea, podríamos derrotar a los tiranos a fuerza de palabras. Podríamos enamorar a las más hermosas (e inteligentes) mujeres del universo (vamos, digámoslo de una vez, ¿no es para eso que escribimos?). Podríamos ser mejores de lo que somos.
El tema es perfecto. Ahí vamos.
La página en blanco es… ufff. Nada. Empecemos otra vez.
Bueno acá estamos. ¿Se acuerdan de David Carradine? Se murió.

miércoles, 27 de mayo de 2009

¿Y por qué no puedo hacerme un regalo?

Hoy cumplo cuarenta años.
El día amanece, como tantos, en un desperezo de niebla y humedad. Amenaza ser uno más, en una Argentina convulsionada y errante, que en cuarenta años insiste en no mejorar demasiado. Cuarenta años, que no son muchos, pero no son tan pocos.
Me levanto, miro por la ventana que todavía no ha amanecido y me prometo a mí mismo no reflexionar demasiado. Los balances al carajo, me digo. Lo que hice o dejé de hacer, no me importa ni a mí. Si ni siquiera a mi me interesa mi vida privada.
Pero hoy cumplo cuarenta…
Me resisto en mirar el espejo en busca de arrugas, y salgo, del baño y de casa rumbo a mi rutina cotidiana. Claro que tengo que sortear autopistas cortadas, paros de subtes, campañas testimoniales (¡Cómo me gusta la palabra “testimonial”!), el partido Barcelona-Manchester, todo por el trabajo.
El trabajo a los cuarenta… no vamos a hacer balances, eso si que no, pero… ¿no es hora de hacer un balance al menos respecto del trabajo.
No, me digo. Eso si que no. Lo único que falta… Después de todo, soy lo que quise ser. Hice lo que quise hacer. Sin balances, pero está bastante bien…
Si, claro, vuelvo a decirme, pero… ¿no falta nada? Nada.
-¿Nada? -mi otro yo me interrumpe los pensamientos-. ¿Seguro que nada?
-Nada -insisto convencido, casi enfático, mientras camino hacia la oficina.
Porque hace tiempo (me duele admitir que hace tanto tiempo) me propuse ser más o menos lo que soy. Y cumplí conmigo mismo.
-¿Estamos seguros? -mi otro yo me interrumpe una vez más.
-Claro que estamos seguros. Y vos lo sabés mejor que nadie.
-Hmm.
-¿Qué significa es hmm?
-Que si yo lo supiera no te interrumpiría.
Eso es discutible, porque mi otro yo siempre interrumpe. Siente culpa cuando no debería, recuerda lo que yo quiero olvidar, y añora cosas que ni siquiera me permito considerar. Pero todo eso no viene al caso. Prefiero seguir con mis pensamientos.
-¡Ahí tenés!
Ufff. Mejor atender al molesto porque sino no avanzo más.
-¿Qué queda pendiente?
-Vos sabés… -dice mirando para otro lado.
Ahora que tiene toda la atención se hace rogar.
-Dale, hablá.
-Está ese temita…
-¿Cuál temita?
-El del periodismo… -dice y larga una carcajada malévola.
Periodista. Tiene razón. Siempre quise ser periodista. Pero ya es tarde, me digo con cierta tristeza. Todo no se puede.
Retratar el mundo, lanzar el mensaje, delinear la época. Me hubiera gustado todo eso. Pero es tarde.
-¿Tarde? -me digo.
-Es tarde -me contesta mi otro yo-, y los dos lo sabemos.
-¿Por qué tarde?
-Y… -se apresura a contestar el cretino-, ¿te imaginás ahora, a los cuarenta, buscando trabajo en un diario? ¿Cómo sería la entrevista de trabajo?
-No sé -replico malhumorado-, decíme vos, que parecés saber todo.
-Imagináte… -comienza a decir pero se interrumpe-, mejor hagámoslo.
-¿Qué?
-Hagámoslo -dice mi otro yo-. Vení a pedirme trabajo.
-Estás loco -me digo-. Estamos locos- me corrijo.
-Dale -insiste mi otro yo. Cambia la actitud- ¿Qué desea?
Me siento ridículo pero balbuceo:
-Buenos días.
-Buenos días. ¿Qué necesita?
-Quería buscar trabajo, aquí, en el diario.
Mi otro yo me dirije una corta mirada.
-¿Es periodista? -me increpa.
-Ehh, no.
-¿Entonces?
-Bueno… pero… yo… escribo…
-¿Escribe? -me clava sus ojitos maliciosos-, Todo el mundo escribe. Mi mamá escribe. El sastre escribe. El carnicero escribe. Hoy en día todo el mundo anda alfabetizado. Pero no por eso les puedo dar trabajo a todos. Imagínese.
La carcajada me mata.
-¿Ves? -me digo exasperado, abandonando la parodia-. ¿Para qué me metés a pedir trabajo si ya sabía la respuesta?
-Bueno. Porque tengo una propuesta.
-¿Una propuesta? -repito con una esperanza absurda-. ¿Qué tipo de propuesta?
En definitiva consiste en lanzar una columna cada dos días. Quinientas palabras. Retratar el mundo como lo veo, desde mi propio periódico.
Y que los suplementos de La Nación y Clarín se aguanten.