lunes, 27 de junio de 2011

¿Para qué nos sirve lo de River?

Varias son las hojas que se desprenden del árbol de la semana. Como buenos jardineros deberemos mirarlas un poco, antes de barrerlas y tirarlas en el tacho del olvido.
Por un lado venimos de una serie de escándalos. La vergüenza del Inadi, convertido en un caldo de cultivo de la discriminación y el escándalo (ver si no la premonitoria nota que publicáramos en OnlineBaires “¿Es cierto que el INADI discrimina?”), las madres de plaza de Mayo y el negociado de los Schoklender (en el cual siguen apareciendo propiedades y testigos), las listas compulsivas, Boudou y Mariotto mediante (¿el oficialismo ha olvidado que el catorce de agosto hay internas?), la represión inusitada a los maestros del sur (cabe preguntarnos ¿por qué a ello sí y a los otros no?), repito, en medio de tantos escándalos, el descenso de River parece superar todo lo previsible.
Mientras los diarios del mundo se hacen eco del desastre, se me ocurre que la pregunta cae por su peso: ¿qué pasó?
Y la respuesta es obvia. Pasó lo que tenía que pasar. Lo que siempre pasa. En la Argentina se sabe casi todo. Se sabía lo de los Schoklender, pero todos miraban hacia otro lado. Hasta que todo explotó. Se sabía lo del Inadi, pero sólo reaccionamos cuando los dos directores, al borde del ridículo se trenzaron a las trompadas. Sabíamos que River era un nido de mafiosos, un reducto de barrabravas, un centro de compra y venta de esclavos/jugadores, donde se compraba caro lo barato para luego venderlo aún más barato, un bolillero de referís, y un canto a la indolencia futbolística. Pero sólo nos asombramos cuando lo imposible ocurre. Como siempre, tarde.
¿No podremos reaccionar antes?
Ahora sabemos que el oficialismo pasa por encima de cualquier institucionalidad, de cara a las elecciones ¿no será tiempo de reaccionar, y mandar un mensaje en defensa del sentido común?
¿O deberemos esperar que el país vuelva a descender?



jueves, 16 de junio de 2011

Dos tumbas


En el fárrago electoral que nos rodea, no hay que ser muy lúcidos para comprender que hoy por hoy sólo hay dos candidatos posibles a ganar las elecciones presidenciales: Cristina y Ricardito. Si tenemos en cuenta el pasado reciente, este dato debería sorprendernos un poco. ¿Qué tienen en común ambos presidenciables? Dos tumbas. ¿Dos tumbas?
Dos tumbas dirigen nuestros pasos hacia unas elecciones felices, porque dos muertes nos guían en la vida política actual.
Y si. Los argentinos tenemos una pasión necrofílica (y conste que ni me acuerdo de las manos de Perón), que va más allá de todos los gustos. ¿No me cree? Pensemos juntos un momento.
Vamos a la primera tumba, la que funda al radicalismo actual.
Murió Alfonsín, un viejo líder, llamado a ser segundo en la elección del 83 y consagrado a último momento por la elección inoportuna del cajón de Herminio Iglesias. Bien por Raúl Ricardo que aprovechó la circunstancia, pero su gestión terminó de un modo tumultuoso superado por una serie de planes económicos complicados. No culminó su mandato, pero logró mantenerse como una figura de peso.
Lo que no imaginó es que su muerte salvaría a su partido de un estado de indecisión masiva, porque a partir de su funeral surgió, casi a modo de añoranza, la figura del joven Ricardo, convertido de repente (sin mayor experiencia en la vida política, ni menos aún en la gestión pública) en la tabla salvadora. Sólo basta en este caso con un cierto parecido con su padre.
No es que faltaran figuras en el radicalismo. Tenían a Sanz, un legislador serio y de peso, o tenían a Cobos, sindicado como traidor por ser fiel a sus convicciones.
Pero los radicales son consecuentes. Ricardito trae consigo aquello que sus camaradas más valoran: La nostalgia de viejas luchas, las convicciones .difusas y masivas, y la certeza de que el viejo aparato hará el resto.
Por el otro lado teníamos a una presidenta confusa y aturdida. El conflicto con el campo, la sombra de un marido intransigente, el Indec que todos los días insiste en que la realidad pueda ser distorsionada, los vericuetos inexplicables del Inadi, todo eso hacía un cóctel confuso y complicado. Pero ahora, muerto su esposo, su figura se recuperó casi de un modo milagroso. Ya no hay complicaciones con el campo, las cifras del Indec se han enderezado casi de un modo milagroso, el Inadi pasa desapercibido, y Moyano permanece distante y controlado. Tiene un camino, despejado y seguro hacia la victoria.
Y es que a lo argentinos, tan sensibles con los héroes que se han ido (Gardel, Monzón, Olmedo), nada nos gusta tanto como conmemorar los signos que rodean la muerte. Aunque eso signifique construir una elección sobre dos tumbas.