jueves, 16 de junio de 2011

Dos tumbas


En el fárrago electoral que nos rodea, no hay que ser muy lúcidos para comprender que hoy por hoy sólo hay dos candidatos posibles a ganar las elecciones presidenciales: Cristina y Ricardito. Si tenemos en cuenta el pasado reciente, este dato debería sorprendernos un poco. ¿Qué tienen en común ambos presidenciables? Dos tumbas. ¿Dos tumbas?
Dos tumbas dirigen nuestros pasos hacia unas elecciones felices, porque dos muertes nos guían en la vida política actual.
Y si. Los argentinos tenemos una pasión necrofílica (y conste que ni me acuerdo de las manos de Perón), que va más allá de todos los gustos. ¿No me cree? Pensemos juntos un momento.
Vamos a la primera tumba, la que funda al radicalismo actual.
Murió Alfonsín, un viejo líder, llamado a ser segundo en la elección del 83 y consagrado a último momento por la elección inoportuna del cajón de Herminio Iglesias. Bien por Raúl Ricardo que aprovechó la circunstancia, pero su gestión terminó de un modo tumultuoso superado por una serie de planes económicos complicados. No culminó su mandato, pero logró mantenerse como una figura de peso.
Lo que no imaginó es que su muerte salvaría a su partido de un estado de indecisión masiva, porque a partir de su funeral surgió, casi a modo de añoranza, la figura del joven Ricardo, convertido de repente (sin mayor experiencia en la vida política, ni menos aún en la gestión pública) en la tabla salvadora. Sólo basta en este caso con un cierto parecido con su padre.
No es que faltaran figuras en el radicalismo. Tenían a Sanz, un legislador serio y de peso, o tenían a Cobos, sindicado como traidor por ser fiel a sus convicciones.
Pero los radicales son consecuentes. Ricardito trae consigo aquello que sus camaradas más valoran: La nostalgia de viejas luchas, las convicciones .difusas y masivas, y la certeza de que el viejo aparato hará el resto.
Por el otro lado teníamos a una presidenta confusa y aturdida. El conflicto con el campo, la sombra de un marido intransigente, el Indec que todos los días insiste en que la realidad pueda ser distorsionada, los vericuetos inexplicables del Inadi, todo eso hacía un cóctel confuso y complicado. Pero ahora, muerto su esposo, su figura se recuperó casi de un modo milagroso. Ya no hay complicaciones con el campo, las cifras del Indec se han enderezado casi de un modo milagroso, el Inadi pasa desapercibido, y Moyano permanece distante y controlado. Tiene un camino, despejado y seguro hacia la victoria.
Y es que a lo argentinos, tan sensibles con los héroes que se han ido (Gardel, Monzón, Olmedo), nada nos gusta tanto como conmemorar los signos que rodean la muerte. Aunque eso signifique construir una elección sobre dos tumbas.

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