lunes, 8 de noviembre de 2010

Censo sí, censo no

Ya tenemos suficientes males. De eso no cabe duda, así que no tenemos que insistir. Si en definitiva es una cuestión de destino, nosotros tenemos el cupo completo. De males, claro. No hace falta insistir. Pero cuando veo debates estériles como el que el censo ha puesto de manifiesto, dudo una vez más. Siempre es posible un mal mayor.

Primero se consideró el tema de la inseguridad. Claro, abrirle a un censista puede ser inseguro. Imagínese usted que un censista gana trescientos pesos por su labor, y puede asaltarlo la tentación de asaltarlo a usted (disculpe la redundancia). Por eso no es seguro abrirle la puerta. A un desconocido, nada menos. Uff. Si los imbéciles volaran no se necesitarían censistas. El censo se haría desde el aire.

A continuación se planteó el tema, o el problema, de que responder el censo era favorecer al gobierno. Y como somos todos opositores… ¡Se la damos!

La verdad es que no consigo entender como no podemos hacer algo tan simple como cumplir una ley. Y de paso cumplir con un deber, que consiste, nada menos, que en ser algo así como un buen ciudadano. Eso que es tan sencillo, para nosotros se vuelve en algo imposible.

Sin embargo no es tan difícil. Hay una ley. Se cumple la ley. Se descansa un poco (mientras se espera al censista). Y punto. Listo. Nada difícil. Lo demás es complicar las cosas.

No se escapará al recuerdo de ningún lector avispado, que la historia de los censos en la humanidad tiene su origen algo complicado. Si curioseamos la Biblia, veremos que un día a un rey se le ocurrió la idea de ver cuántos eran. Y ordenó un censo. Como a Dios la cosa no le gustó (porque en definitiva suponía desconfiar de Él) le dio a elegir al rey el castigo: Peste, plaga o guerra. Más allá de la elección (una buena peste nunca viene mal para depurar el organismo), la cosa no pasó a peores.

Pero aquí no es tan complicado. Necesitamos pensarnos como país, y necesitamos saber cuántos somos. Eso es lo que prescribe la ley, y eso es lo que tenemos que hacer. Porque de lo contrario, si no podemos ponernos de acuerdo en algo tan pequeño como un censo, descartemos que en lo complejo lo logremos.

Sobre todo me trastorna la cara de conspiradores de aquellos que se acercan con la posta de la oposición al censo. Siempre con la justa. Siempre con la última. Siempre en la cadena de correo electrónico mas masiva. ¿No podemos vivir en paz? ¿No podemos mirar hacia adelante? ¿No podemos pensar el país de un modo sereno? Y sobre todo… ¿no podemos sacarnos la cara de estúpida inteligencia al descubrir la última trama de la conspiración mundial para destruirnos?

Porque en definitiva se trata de las cosas. De volver a las cosas. Y de pasar un día en paz.

Que de eso, y no de otra cosa, se trata este día.

jueves, 27 de mayo de 2010

Cumple un año este proyecto, y es lo mas parecido a un fiasco. Haciendo un examen de conciencia me doy cuenta que no es fácil ser periodista. No porque uno no tenga sobre qué escribir. No, claro que no. A esta altura de la cuestión, las palabras acuden al llamado de la magia, cada vez que son convocadas.


¿Y entonces? Sucede que es difícil, muy difícil, encontrar el tono de “mi” en el área periodística. ¿Qué escribir? Ese no es el problema. ¿Cómo situarme ante el fenómeno que se me presenta? Eso no es tan sencillo. ¿Cuál tiene que ser el tono? Ese es el problema.

Porque la realidad, siempre la realidad, es una, pero la visión sobre la realidad puede ser diversa. Si cada instante de la vida se percibe al modo del perceptor...

sábado, 22 de mayo de 2010

La torre de babel

Los diarios nos cuentan que la presidenta no quiere ir a la inauguración del Teatro Colón. No quiere juntarse con el jefe de gobierno. Uff. Que cansancio. Qué chiquitos parecen. ¿No pueden olvidarse de sus pequeñas cosas, justo ahora que se cumplen doscientos años de nuestra salida triunfal a la historia?
Es un hecho de que existe nuestro país. Que cumple doscientos años. Ni tantos ni tan pocos. Pero que constituyen una excusa para seguir caminando por los vericuetos de la historia del mundo. Aunque no parezca, aquí abajo, en el sur del planisferio, también formamos parte de la historia de la humanidad.
Españoles y criollos, saavedristas y morenistas, unitarios y federales, roquistas y alsinistas, personalistas y antipersonalistas, radicales y conservadores, peronistas y antiperonistas, azules y colorados, militares y civiles, etc. ¿No será un gigantesco malentendido?
En doscientos años, los malentendidos han formado parte esencial de nuestro devenir. ¿Es esto algo original? No creo.
Desde siempre me impresionó la historia de la torre de babel. Unos tipos que se pusieron a construir una torre, tan pero tan alta, que llegaría hasta el cielo. Fue tan alta que el trabajo se fue demorando -usted sabe señora que esto de construir una torre que llegue al cielo no es algo que se haga de la noche a la mañana-, de modo que al final los mismos tipos no sabían que -o para qué-, hacían lo que hacían. Se fueron agrupando con los más próximos, y construyendo su sector -tenían un sector con un objetivo predeterminado-, con reglas propias, que cada vez fueron más propias. Con sus costumbres, que cada ves fueron más “sus”.
Poco a poco se fueron olvidando quiénes, y qué estaban haciendo. Se concentraron en los próximos -prójimos les dijeron-, y comenzaron a hablar en una jerga que sólo ellos iban entendiendo. Esa jerga se transformó en lenguaje. Y con el lenguaje nuevo comenzaron todos los males. Los males para la torre, claro. Porque a partir de ahí nadie pudo seguir con una torre, que a esa altura de los acontecimientos quién sabe para qué cornos -disculpen la expresión-, iba a servir.
Eso se parece bastante a la historia de nuestra patria bicentenaria.
Me pregunto que nos habrá sucedido para ser como somos. Me acuerdo que conozco un hombre triste. Uno que siempre está enojado y triste. Tiene todo en la vida para ser feliz. No tiene carencias económicas, tiene una familia y una vejez dignas. Una historia llena en peripecias, y un futuro plácido. Pero él se preocupa por el país, se enoja y entristece al ver que el mundo no comprende que él tiene la verdad.
Cuando tropieza con un obstáculo intelectual lo resuelve con simpleza: el obstáculo es un error. No sospecha la posibilidad de que el error esté en su análisis. Entonces la realidad lo enoja y entristece. Sin esperanza y sin concesiones, la realidad lo acosa. Nada puede arreglarse. Nada puede solucionarse.
Por suerte se equivoca porque la patria tiene esperanzas.

domingo, 10 de enero de 2010

La casa



Una columna es un servicio. En sentido estricto.

Si tenemos en cuenta la actualidad palpitante que tienen los créditos hipotecarios en nuestro país, resulta casi imprescindible dar un consejo a los postulantes a la ayuda económica.

Un párrafo para contar la historia. Cuando allá lejos y no hace tanto, quise tener mi casa, no tenía ni un solo peso. Pedí un crédito por la casi totalidad de la casa y el banco no quería otorgármelo. El gerente alegaba que le parecía una locura. Entonces le mandé una carta, que llegó al directorio, y que según el remiso gerente, cambió el destino de mi crédito. En la carta, cuyo texto puede usarse en casos similares, le decía lo siguiente:

“Una casa es pasta en el alba, para transformarse por la tarde en libro de recuerdos”. Con estas palabras de Saint Exupéry comienza algún libro sus recuerdos acerca de una familia y de una casa. Con las mismas palabras comienzo yo un recuerdo que tiene la particularidad de versar sobre el futuro. En la mañana recuerdo la tarde, con la ventaja de no tener que sujetarme al rígido esquema de lo que ya sucedió, con la maleabilidad de la ilusión, con la incertidumbre del futuro.

Una casa encierra un proyecto, y la planificación de la casa constituye el proyecto del proyecto. Y cada paso, en aras del fin es un trecho ganado a la incertidumbre, constituye la victoria del “es” respecto del “puede ser” y, sobre todo, del “podría haber sido”.

Sin embargo debo reconocer que la ilusión, respecto de la casa tiene la relación de lo imperfecto respecto de lo perfecto. Cuando llegue lo perfecto, la casa, lo real, cesará lo que es imperfecto, el plano, la ilusión. Sin embargo debo disfrutar a pleno cada paso de lo imperfecto hacia lo perfecto.

¿Y que promete la casa a mi ilusión? Amaneceres rebosantes de buenos propósitos, largos mates disfrutando las heladas, conversaciones perdidas y demoradas, salidas presurosas y añorantes, mediodías en que impere la luminosa idea del asado, del fútbol y del vino, crespúsculos rojizos entremezclados con el humo de mi pipa y trémulas noches llenas de estrellas. (desde mi casa veré las estrellas).

El horizonte será parte de la casa y compartirá largas tardes de estudio, regalando su consuelo cuando levante la vista. Y si mi atención se olvidara distraída y vagara por el más allá podría distinguir siluetas infantiles correteando en el jardín, seguidas de cerca por caninas exclamaciones.

Puedo ya predecir risas tintineantes y llantos desolados, descolgados gritos y prolongados silencios, apresurado ladridos y aislados maullidos (habrá maullidos), sordas peleas y fulminantes retos. La guerra y la paz. Todo lo que implique la vida familiar. Todo lo que Dios quiera que implique la vida.

Porque la casa implica, casi por cierta necesidad, la certeza de un proyecto. Que de tan cierto no parece revestir la naturaleza de un proyecto. Pero es un proyecto: un proyecto que depende de usted.

Atentamente.

(En este punto correspondería agregar la firma)

martes, 1 de diciembre de 2009

¿Todo es un asco?



Es difícil caminar por la calle en estos tiempos, convulsionados y posmodernos. La realidad se presenta unívoca, terrible y abrumadora. Todo parece ser un asco. La realidad parece un asco. ¿La realidad? ¿Cuál es la realidad?
Ahí está el problema. Porque hay varios modos de ver, de percibir la realidad. Puedo ver mi realidad cotidiana, con esa infinidad de ritos que se entrelazan en la rutina, haciendo de cada día algo nuevo, y algo repetido a la vez. Puedo ver la realidad desde el punto de vista de los medios. De ese modo veré siempre cosas nuevas. Y antiguas a la vez. Pero en el fondo repiten siempre el mismo diario. El diario del ayer.
Pero hay poco nuevo para ver. Hay poco por ver.
La literatura, compendio de la experiencia humana, muestra que la vida del hombre es una repetición. De todo.
De fines y de medios. De ilusiones y de crímenes. De codicias. De lujurias. De la mediocridad circular, del eterno retorno de la tontera. Del oficinista y del pintor. De crímenes y corrupciones. De gente con plata. De gente sin plata. De idas y vueltas. De guerras y de viajes. De amor y de muerte. De padres y de hijos. De llanuras y montañas. Un partido de ajedrez que pese a sus cambios es siempre el mismo. Frente a tanta cosa nueva y antigua a la vez, me sucedió algo nuevo: ayer me crucé con un tigre. Si, un tigre. Majestuoso y triste. Imponente. No se por qué no tuve miedo. Tal vez sí lo tuve. Pero igual me acerqué, hasta el punto de tenerlo al alcance de mi mano.
Era más grande de lo que había imaginado. Y más amarillo. Recordé la fascinación de Borges por los tigres, y por un instante lo comprendí. Pero era más imponente en la realidad. Temí que de tanto mirarlo se enojara. No conviene hacer enojar a un tigre. Pero no podía dejar de mirarlo, porque lo confieso, no he visto muchos tigres. A lo sumo, de lejos, en el zoológico. Pero claro, no es lo mismo.
Por un instante sucumbí al encanto del felino. ¿Cómo evitarlo? Sus ojos, esos ojos, profundos y escondidos, adivinaban tristezas. Pensé en consolarlo, pero… ¿cómo se consuela un tigre? No es posible. El tigre es tigre, está en su naturaleza. Cuando sus grandes ojos se fijaron en mí, abandonando ese tono casi indolente, temblé. No se puede domesticar un tigre. Dejaría de ser tigre. ¿Cómo explicarle cosas al tigre? La vida me podría ir en la misión. ¿Y no es la vida para eso, precisamente para eso? ¿Para perderla en una causa grande?
Entretanto el tigre me miraba. Me hechizaba con su mirada cansina. Adiviné casi una sonrisa en sus fauces. Pero podría ser también el preludio de la dentellada.
Se estiró, casi bostezando. Ahí advertí que el tigre y yo deberíamos seguir nuestros respectivos caminos.
Lástima.
¿Todo es un asco? No, claro que no. El tigre muestra que no.

viernes, 26 de junio de 2009

En una esquina nos esperaba el dolor


Vivimos huyendo del dolor, pero el dolor viejo experto nos encuentra. De vez en cuando nos encuentra. Escribir sobre el dolor cuesta tanto como levantarnos en invierno. Porque sabemos que existen riesgos. “Los brillantes discursos para decir cosas frívolas acerca de la humanidad son estériles, como el nebuloso viento de otoño que gime entre las hojas secas” advertía Fausto, y es importante tener en cuenta su advertencia.
Pero intentemos abordar al dolor. Acerquémonos a él. Ya llegamos.
Y la noche se abate sobre el alma, y una daga helada nos atraviesa el costado, arrastrándonos al vacío. Porque el dolor tiene dos momentos: el golpe, el tajo, el hecho en sí, y después el vacío. La sensación de que algo falta, el flotar en el espacio, sin movimiento ni esperanza.
Eso es la noche. Y la soledad nos muestra que somos nada, y que a la nada volvemos. ¿De qué valen nuestras pequeñas delicias? Las risas, las bromas, los ingenios y los libros carecen de fuerza entonces.
Podemos intentar olvidar el dolor. Es cierto. Podemos. De hecho lo intentamos todo el tiempo. Pero el dolor penetra y penetra en nuestra carne. Es como una infección que amenaza tomar el cuerpo. Y entonces decidimos enfrentarlo. Pero el dolor reacciona, y lastima. Y lastima. Pronto nos quedamos sin aliento.
El dolor aprovecha y hace su trabajo. Primero se instala como una enorme piedra en el pecho, que nos impide respirar. Y presiona, y presiona haciendo vacío en el estómago, sube hasta la cabeza, y presiona. Los ojos, ya resecos, intentan permanecer abiertos. El sueño se vuelve una quimera. Si al menos pudiéramos dormir…
Quizás el modo sea el mantener la mente serena y en blanco. No pensar en nada, y de nada acordarnos. Pero el dolor no nos permite eso, y amengua un poco para hacernos reaccionar. Cuando prestamos atención, solo un segundo, para ver si hemos progresado, la bestia se vuelve contra nosotros. Aúlla y muerde. Pero sobre todo duele. Dios como duele. Como cuesta respirar.
Mientras tanto intentamos recuperar los viejos ritos. Salimos a la calle imitando a los demás. Sonriendo cuando sonríen y preocupándonos cuando se preocupan. Buscamos aquellos ritos. Aquellos que nos hacen ser, pobre mortales al fin, quienes somos. Podemos incluso, mantener una conversación, mientras la mente viaja en los límites de la idea. Pero el dolor agazapado, espera el momento para mostrarse. Para herir una vez más. Para mostrar su poder. Para recordar que siempre va a estar.
Y nosotros sonreímos. Pese a todo sonreímos porque recordamos que el otro viejo rival, el amigo de la muerte, el tiempo, podrá combatir el dolor. Porque solo el tiempo puede contra él.
Se suma entonces la sed, la certeza de lo que no está, la raíz de la ausencia. Pero el dolor, cuando es así de intenso, así de real, termina por vencer. No queda mas que lidiar con el.
Porque siempre sé que mañana “al despertar me saciaré de tu rostro”.

lunes, 8 de junio de 2009

Beethoven y los políticos





Bueno, hoy si. Hoy escribo la gran nota. De actualidad. Una mirada clásica sobre los problemas actuales. Un punto de partida para entender los problemas… ¡Alto! Me estoy deslizando hacia los lugares comunes.
Mejor pongo algo de música, para inspirarme ¿vio? Beethoven.
Me siento otra vez. Tranquilo… a ver… ¿le pego al gobierno o a la oposición? Puede ser al gobierno… pero mas divertido es a la oposición… podría comentar la puteada de De Angeli al presidente de facto… pero no se bien a favor de quien escribir.
La majestuosidad de la novena sinfonía acompaña este mediodía nublado y húmedo. La tensión de la primera parte del cuarto movimiento se hace insoportable hasta que se derrumba entre truenos que preceden al canto grave y profundo que introducirá al canto final.
Volvamos mejor a la cuestión, después de todo ahora son un periodista.
¿Por dónde íbamos? ¡Ah si! Por la vida política. Parece que no se llevan bien, porque hay algunos que conspiran contra los derechos de los otros. Que a su vez defienden derechos, que no son propios (aunque coinciden con los propios) sino que son de la gente. Pero aquellos, (¡los primeros, señora!) dicen que son los verdaderos defensores de la gente, aunque los derechos que defienden también se parecen mucho a los intereses propios.
Los políticos tienen algo de eterno en sí, algo parecido a un retorno circular.
Me pregunto cómo será ver todos los impulsos humanos, las alegrías y e ilusiones bajo la luz de lo eterno de esta idea musical. Si el alma echara a volar y trascendiera el humo de la ciudad todo lo mundano parecería insustancial. ¿Qué haría el alma sino ir y venir en una búsqueda desenfrenada de la propia esencia?
De pronto la orquesta recobra su protagonismo con una pequeña y juguetona marcha, que sin embargo da origen a un canto que no llega a ser danzarín. Más bien se torna en una marcha de dominación, sobre la cuál giran los vientos que arrastrarán al alma. Creo que son las pasiones. Giran y giran. Me marean y me enloquecen. Subo y bajo pero no puedo decir que no esté en un contexto de una belleza que traspasa el corazón. La marcha triunfal no consigue tranquilizarme. Es humana y celestial a la vez y hace contrapunto con la idea. A un canto en forma de letanía, pausada y lenta, que reflexiona sobre la grandeza de la idea, se sigue en pequeño desfallecimiento. Mientras planeo medito. Medito hasta que se produce la explosión en medio de ideas que se ven despedidas hacia todas partes.
Tras una recapitulación contrapuntística se produce la explosión final, tras la cual aterrizo de un modo violento en mi silla de trabajo. Con un pequeño sobresalto me levanto y miro alrededor. Todo sigue igual aunque ahora amenaza seriamente llover.
Termino agotado. Exhausto. Pero tengo que volver a la nota. Como si nada hubiera pasado. Claro. ¿Dónde estábamos? ¡Ah si! De Angeli le dijo pelotudo a Kirschner.